Con una histórica datación al siglo XIV, la ciudad de México escribe un mural cultural muy particular con culturas de antigüedad y del renacimiento novohispano conjugando. Sus calles revelan secretos en piedras volcánicas: el tierno color miel del tezontle y la sencilla perseverancia de la cantera dicen de identidades salcidas. Diego Rivera o Diego de Quevedo resuelven este tesoro en elementos arquitectónicos como el Museo Anahuacalli mientras cineastas modernistas lo reconfiguran gracias al nuevo cine. Aquí cada rincón narra acontecimientos llenos de triunfos y porciones dichas ante a seres que esclavizan la espuma del arte sin afán temporal. Una obra viva por la que hasta la luz cambia de significado entre murallas que tienen 6 mil años de conjunción.
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